Hay periodistas que se consideran personas privilegiadas exentas del cumplimi9ento de normas y obligaciones a las que están sometidos todos los ciudadanos.
Son profesionales que creen tener “patente de corso” que los posibilita a faltar a todos los principios éticos del periodismo.
Se convierten casi en unos “matones” periodísticos, siempre dispuestos a actuar más allá de cualquier límite.
La prepotencia la demuestran cuando se abalanzan sin misericordia contra todo aquel que los critica o denuncia.
Como se decía en la antigüedad “Ay de los vencidos”, los periodistas prepotentes pueden parafrasear así: “Ay de los que se meten conmigo”.
Esos periodistas exigen todas las ventajas, como, por ejemplo, si son de televisión invadir el horario del programa siguiente a discreción y, sin embargo, quejarse y denunciar cuando un programa precedente le ocupa su horario algunos minutos.
Son los periodistas que quieren que sus amigos obligatoriamente compartan sus criterios y sus preferencias electorales y los castigan con los más ofensivos y denigrantes calificativos cuando eso no ocurre.
Son los que casi nunca reconocen sus errores y no se disculpan por sus atropellos, apelando a los argumentos más rebuscados.
Ellos no temen a jueces y fiscales porque éstos saben que si intentaran una acción legal serían “despedazados” y objeto de todas las críticas, basadas en las irremediables denuncias de los perdedores judiciales.
Estos periodista creen estar más allá de la autoridad y control de los dueños de su medio, llegando, a veces, al franco desafío y rebeldía.
Sin embargo, pierden toda vigencia y casi importancia cuando son despedidos y ya no cuentan con sus privilegiadas tribunas mediáticas. Hay muchos ejemplos al respecto.
miércoles, 29 de septiembre de 2010
jueves, 23 de septiembre de 2010
La Criticable Parcialización Periodística
En las últimas semanas se ha apreciado en dos medios de comunicación, uno televisivo y otro escrito, una censurable falta contra los principios periodísticos, en especial contra el de la imparcialidad.
En mi experiencia profesional y docente de decenas de años, nunca había experimentado el desasosiego que siento por la gestión periodística de un programa televisivo y de un diario.
Los dos, aunque con objetivos diferentes y encontrados, han convertido su labor en una expresión de lo que no debe ser el periodismo objetivo, imparcial, honesto y responsable.
La parcialización que están mostrando en torno a las dos candidatas favoritas a la Municipalidad de Lima es grosera y bochornosa.
En la televisión se demuele y ataca sin piedad a una de las candidatas (Lourdes Flores), al mismo tiempo que se elogia y destaca a la rival (Susana Villarán).
En el diario se desarrolla una implacable campaña contra una de las candidatas (Susana Villarán) apelando a todos los argumentos imaginables.
Que un medio adopte una política informativa a favor de una candidatura se podría considerar como una debilidad, mas no como algo censurable, siempre que toda la gestión consista en apoyarla sin desmerecer a las otras candidaturas, como ocurrió en 1990 cuando casi todos los medios fueron favorables a Mario Vargas Llosa. A esto lo podríamos llamar como una parcialización positiva.
De acuerdo con esa nomenclatura podríamos inferir que en la televisión se practica fundamentalmente la parcialización negativa (desmerecer y destruir una candidatura) y, al mismo tiempo, la positiva (elogiar y apoyar a la candidatura rival). Cuanto más hundo a una candidata más elogio y levanto a la competidora.
En el caso del diario, sólo se manifiesta la parcialización negativa: denunciar y clamar por el fracaso de una de las candidatas.
El alcance categórico y mediático de la televisión hace que el impacto del programa televisivo sea más contundente y llegue al mayor número de personas. Se puede decir, considerando rating (que no alcanza casi nunca los dos dígitos) y circulación (el diario no es de los más vendidos) se puede afirmar que la audiencia está en una proporción de casi 5 (televisión) a 1 (diario).
Los destacados periodistas protagonistas no han tenidos una formación académica en la especialidad y han basado su labor en el aprendizaje diario y pragmático. Tal vez sea por esta realidad que en los dos no existe el respeto, casi religioso, que se imparte en las aulas universitarias por los principios de la ética periodística.
De acuerdo con esos principios, el periodista no debe parcializarse, y debe ser en todo momento objetivo y veraz.
En mi experiencia profesional y docente de decenas de años, nunca había experimentado el desasosiego que siento por la gestión periodística de un programa televisivo y de un diario.
Los dos, aunque con objetivos diferentes y encontrados, han convertido su labor en una expresión de lo que no debe ser el periodismo objetivo, imparcial, honesto y responsable.
La parcialización que están mostrando en torno a las dos candidatas favoritas a la Municipalidad de Lima es grosera y bochornosa.

En el diario se desarrolla una implacable campaña contra una de las candidatas (Susana Villarán) apelando a todos los argumentos imaginables.
Que un medio adopte una política informativa a favor de una candidatura se podría considerar como una debilidad, mas no como algo censurable, siempre que toda la gestión consista en apoyarla sin desmerecer a las otras candidaturas, como ocurrió en 1990 cuando casi todos los medios fueron favorables a Mario Vargas Llosa. A esto lo podríamos llamar como una parcialización positiva.
De acuerdo con esa nomenclatura podríamos inferir que en la televisión se practica fundamentalmente la parcialización negativa (desmerecer y destruir una candidatura) y, al mismo tiempo, la positiva (elogiar y apoyar a la candidatura rival). Cuanto más hundo a una candidata más elogio y levanto a la competidora.

El alcance categórico y mediático de la televisión hace que el impacto del programa televisivo sea más contundente y llegue al mayor número de personas. Se puede decir, considerando rating (que no alcanza casi nunca los dos dígitos) y circulación (el diario no es de los más vendidos) se puede afirmar que la audiencia está en una proporción de casi 5 (televisión) a 1 (diario).
Los destacados periodistas protagonistas no han tenidos una formación académica en la especialidad y han basado su labor en el aprendizaje diario y pragmático. Tal vez sea por esta realidad que en los dos no existe el respeto, casi religioso, que se imparte en las aulas universitarias por los principios de la ética periodística.
De acuerdo con esos principios, el periodista no debe parcializarse, y debe ser en todo momento objetivo y veraz.
domingo, 19 de septiembre de 2010
“Chupuneo” y Manipulación de los Medios
Casi unánimemente los medios (prensa, radio y televisión) han condenado la existencia del “chuponeo”. Proclaman que se trata de una actividad ilegal y malvada.

Sin embargo, utilizan y difunden el contenido de los “chuponeos” con la ya tradicional argumentación de que pueden hacerlo si consideran que hay elementos denunciables de delitos o de información que debe ser conocida por la opinión pública.
Es el momento en que los periodistas se consideran todo poderosos e infalibles y justificados para invadir la vida privada de las personas.
En países con mayor respeto al derecho de la privacidad en las comunicaciones de los ciudadanos, lo que hace el periodismo peruano sería denunciable judicialmente y los magistrados, por experiencias anteriores, serían implacables en condenar esas violaciones.
Hay una clara e inequívoca actitud hipócrita de muchos medios. Condenan el “chuponeo” pero difunden los contenidos, con la excusa ya mencionada.

Todo esto lleva a la clara y categórica afirmación de que los “chuponeadores” manipulan la información de algunos medios. Lo único que necesitan es enviar anónimamente grabaciones íntimas y delicadas sobre algunos personajes. Saben que esos medios difundirán los contenidos y logran, precisamente, su propósito manipulador. Cuanta más difusión más “chuponeos”.
En otras palabras, tal como está ocurriendo en el actual proceso municipal, los repudiados –de la boca para afuera- “chuponeadores” intentan decidir resultados electorales, con la complicidad periodística de algunos.
Lo que se está necesitando en el periodismo es mayor respeto a los principios éticos de la profesión y, simplemente, no ser instrumento manipulable de nadie. ¿Cómo?...arrojando al tacho de basura toda grabación ilegal

Sin embargo, utilizan y difunden el contenido de los “chuponeos” con la ya tradicional argumentación de que pueden hacerlo si consideran que hay elementos denunciables de delitos o de información que debe ser conocida por la opinión pública.
Es el momento en que los periodistas se consideran todo poderosos e infalibles y justificados para invadir la vida privada de las personas.
En países con mayor respeto al derecho de la privacidad en las comunicaciones de los ciudadanos, lo que hace el periodismo peruano sería denunciable judicialmente y los magistrados, por experiencias anteriores, serían implacables en condenar esas violaciones.
Hay una clara e inequívoca actitud hipócrita de muchos medios. Condenan el “chuponeo” pero difunden los contenidos, con la excusa ya mencionada.

Todo esto lleva a la clara y categórica afirmación de que los “chuponeadores” manipulan la información de algunos medios. Lo único que necesitan es enviar anónimamente grabaciones íntimas y delicadas sobre algunos personajes. Saben que esos medios difundirán los contenidos y logran, precisamente, su propósito manipulador. Cuanta más difusión más “chuponeos”.
En otras palabras, tal como está ocurriendo en el actual proceso municipal, los repudiados –de la boca para afuera- “chuponeadores” intentan decidir resultados electorales, con la complicidad periodística de algunos.
Lo que se está necesitando en el periodismo es mayor respeto a los principios éticos de la profesión y, simplemente, no ser instrumento manipulable de nadie. ¿Cómo?...arrojando al tacho de basura toda grabación ilegal
sábado, 18 de septiembre de 2010
El Derecho de Decidir qué Ver (III)

Luego de mi larga experiencia profesional y las múltiples observaciones hechas en el país y en el extranjero, puedo atreverme a plantear una solución al problema de la televisión. Como la democracia, puede no ser perfecta, pero en mi concepto es la menos mala de todas las soluciones.
En primer término la televisión no puede estar en manos de empresarios corruptibles o corruptos, que la ven como un negocio más, tal como ocurrió en la década del 90 en el país, y no como un compromiso distinto con la sociedad.
En segundo término, no es conveniente la existencia de organismos reguladores, supervisores, o controlistas. Su existencia deviene en excesos y en la consideración de que los televidentes no tienen criterio propio y deben ser cuidados o tutelados.
Por ello, la única posible solución, según mi criterio, es poner a la televisión en manos de personas de toda solvencia profesional, moral y económica, regidas por severos códigos públicos de ética que permitan que la opinión pública denuncie a los nuevos broadcasters en casos de incumplimiento de ese código.
Por otra parte, hay que señalar que en unos pocos años, con el indetenible proceso de digitalización tecnológica, el televidente peruano, como ya está ocurriendo con televidentes de otras partes del mundo, podrá tener acceso al doble o triple de canales de televisión. Y cada canal requerirá de nuevos empresarios, con otra mística y propósitos.
En conclusión, la televisión no puede seguir como está, pero tampoco ser regida por organismos ajenos. La nueva televisión debe tener empresarios dignos, calificados, honorables, de moralidad intachable. Si quisiéramos resumir: la televisión debe estar en manos de responsables padres de familia, que no quieran que los hijos de los televidentes vean lo que ellos no quieren que vean sus propios hijos.
miércoles, 15 de septiembre de 2010
El Derecho de Decidir que Ver (II)
En los 32 años de experiencia televisiva, tuve ocasión de viajar a diferentes países. Ello me permitió algunas observaciones valiosas sobre la acción televisiva y algunas medidas de control del medio.
En 1970, cuando aún gobernaba Francisco Franco a España, la televisora estatal, la
única existente, tenía que programar a las 9 de la noche, horario super estelar en todo el mundo, documentales sobre la caza y la pesca. Preguntado un colega de la televisión española del por qué de tan insólita programación, su respuesta en voz baja, como si temiera ser escuchado, fue: “Es la única hora en que el Generalísimo puede ver televisión y a él siempre le ha encantado cazar y pescar”. Es decir, millones de televidentes ibéricos, si querían mantener encendidos sus televisores, tenían que “soplarse” los aburridos documentales. Con seguridad, la mayoría de ellos apagó sus aparatos.
En el Perú, por esos años también ocurrió un caso bastante parecido. Se había realizado una gran manifestación y desfile popular ante palacio de Gobierno. El
General Juan Velasco presidió el acto de varias horas, desde un gigantesco estrado. Fue en la noche de un jueves que se prolongó hasta la madrugada del viernes. Por supuesto, todos los canales, en poder de los militares, transmitieron en vivo la multitudinaria demostración de las masas de la llamada Revolución Peruana. La gente del gobierno quedó muy complacida por lo que ellos consideraron su profundo arraigo popular. Pero, al día siguiente, el general Velasco manifestó su deseo de ver cómo había sido captado el acto por las cámaras. Agregó que, seguramente, mucha gente no había visto las últimas horas por haber sido de madrugada. La reacción de muchos áulicos fue inmediata: debe retransmitirse la concentración en el mejor día y a la mejor hora. Consecuencia, los televidentes peruanos enfrentaron una sola programación de cinco horas, nada menos que un domingo, a partir de las ocho de la noche. Posiblemente, fue el domingo de más televisores apagados de la historia de los canales.
Unos años antes, el notable Luis Alberto Sánchez, cuando fue presidente del Senado,
quiso dirigir un mensaje al país. Pidió a Panamericana su mejor horario para ello. Era el de las 10 de la noche en que se transmitía la telenovela gringa “Peyton Place”, con un arrollador éxito de sintonía. Al día siguiente, Sánchez publicó un artículo en un diario en el que afirmaba: “Anoche me han visto y oído 500 mil personas, pues esa es la cantidad de televidentes que sintoniza el canal a esa hora”. Ingenuamente, el presidente del Senado creyó que las amas de casa, interesadas en las truculentas historias amorosas de la telenovela, iban a permanecer en la sintonía de su mensaje político. Esa noche, los teléfonos del canal se congestionaron con las protestas de los televidentes.
También en la década de los 70, aprecié en Alemania otra anécdota reveladora. En ese país actuaba lo que se llamaba el Consejo de Derecho Público de la Televisión. Su
finalidad era determinar prácticamente la programación de las tres cadenas de televisión, ninguna privada. Una noche en que estaba en el salón de televisión en un hotel-academia de una fundación germana, observé el noticiero más sintonizado, en compañía de unas universitarias berlinesas de turismo que estaban haciendo sus prácticas en el lugar. Habían terminado su labor porque era las 8 de la noche. Terminado el noticiero, la cadena dio paso a una ópera de Wagner. De inmediato, una de las estudiantes cambió de canal para encontrarse con una obra de teatro de Ibsen; siguió cambiando de canal y, en el tercero y último, apreció una opereta de Strauss. Reacción final de las muchachas: se retiraron de la habitación. ¿ Qué había ocurrido?. Ese famoso Consejo había decidido que en ese horario el televidente alemán debía recibir cultura. Le conté el episodio a uno de nuestros intérpretes. Su respuesta sobre la decisión final de las estudiantes: mejor que la gente no vea televisión.
En 1989 viajamos a la antigua Unión Soviética para informar sobre la Perestroika y
la Glasnot que estaba aplicando Gorbachov. Es decir, sobre medidas que estaban dando algo de libertad económica, cultural e informativa al inmenso país socialista. En Leningrado-ahora nuevamente con su nombre zarista de San Petersburgo- vi una noche, en el hall del hotel, a un nutrido grupo de personas- más hombres que mujeres- que estaba alrededor de un televisor siguiendo con gran atención lo que se veía en la pantalla. Por supuesto, me acerqué a comprobar qué es lo que veían los soviéticos y algunos turistas finlandeses. Mi sorpresa fue realmente notable. Estaban viendo un capítulo de la telenovela brasileña “Isaura la Esclava”, ya apreciada en Lima hace algunos años. Se trataba de una versión traducida periodísticamente – se escuchaba el portugués en el fondo- es decir, muy imperfecta técnicamente. Por supuesto llamé a nuestro camarógrafo para que captara varios ángulos de la escena. Cuando terminó la
telenovela a las 9 de la noche, la televisora estatal dio paso a su noticiero central: nadie se quedó ante el televisor, salvo yo deseoso de ver cómo hacían los rusos su programa.
Al día siguiente, averigüé los detalles sobre este fenómeno televisivo. Me enteré que la telenovela brasileña estaba batiendo todos los récords históricos de sintonía de la televisión soviética. Se afirmó que tenía más del 80 por ciento de telespectadores. Alguien dijo que hasta en el Kremlin se suspendían todos los actos oficiales en el horario de la telenovela, cuyos capítulos se repetían a las 10 de la mañana del día siguiente (las empleadas de limpieza dejaban su labor para seguir la historia de la esclava blanca).
Gracias a la Glasnot, la televisión soviética había sido autorizada para comprar esta producción televisiva del otrora despreciado mundo occidental. Setenta años de severo régimen marxista, que trató de formar a un ciudadano ajeno a los usos y costumbres capitalista, no pudo impedir que el televidente soviético se dejara ganar por la producción brasileña, distinta y sin los mensajes políticos que dominaban las producciones de casa. Se confirmó , así, que el alma humana es una sola, cualquiera que sea el país, y que si tiene oportunidad de decidir qué ver lo hará sin las restricciones ideológicas que se le quieran imponer. Poco después, “Isaura la Esclava” repitió el éxito en China, una realidad social e ideológica más severa que la soviética.
En 1970, cuando aún gobernaba Francisco Franco a España, la televisora estatal, la

En el Perú, por esos años también ocurrió un caso bastante parecido. Se había realizado una gran manifestación y desfile popular ante palacio de Gobierno. El

Unos años antes, el notable Luis Alberto Sánchez, cuando fue presidente del Senado,

También en la década de los 70, aprecié en Alemania otra anécdota reveladora. En ese país actuaba lo que se llamaba el Consejo de Derecho Público de la Televisión. Su

En 1989 viajamos a la antigua Unión Soviética para informar sobre la Perestroika y


Al día siguiente, averigüé los detalles sobre este fenómeno televisivo. Me enteré que la telenovela brasileña estaba batiendo todos los récords históricos de sintonía de la televisión soviética. Se afirmó que tenía más del 80 por ciento de telespectadores. Alguien dijo que hasta en el Kremlin se suspendían todos los actos oficiales en el horario de la telenovela, cuyos capítulos se repetían a las 10 de la mañana del día siguiente (las empleadas de limpieza dejaban su labor para seguir la historia de la esclava blanca).
Gracias a la Glasnot, la televisión soviética había sido autorizada para comprar esta producción televisiva del otrora despreciado mundo occidental. Setenta años de severo régimen marxista, que trató de formar a un ciudadano ajeno a los usos y costumbres capitalista, no pudo impedir que el televidente soviético se dejara ganar por la producción brasileña, distinta y sin los mensajes políticos que dominaban las producciones de casa. Se confirmó , así, que el alma humana es una sola, cualquiera que sea el país, y que si tiene oportunidad de decidir qué ver lo hará sin las restricciones ideológicas que se le quieran imponer. Poco después, “Isaura la Esclava” repitió el éxito en China, una realidad social e ideológica más severa que la soviética.
domingo, 5 de septiembre de 2010
El Derecho de Decidir qué Ver (I)

Siempre que se debate temas sobre la función y finalidades que debe atender la televisión, se insiste en el mensaje que transmite, ya sea información o los contenidos de los distintos espacios de su programación. Aquí es donde se le pone el mayor énfasis y se llega a plantear diversas soluciones, desde la más amplia libertad de los canales para transmitir lo que consideran conveniente, hasta el control de los mensajes que muestra una gama sumamente diversa: organismos reguladores sólo para velar por los horarios de protección al menor y proponer medidas, consejos para determinar contenidos y dar o quitar licencias y, por último, acción plena y total de los gobiernos, típica de países de regímenes dictatoriales o totalitarios. Hay que indicar que hasta hace más de una década también esta manifestación de absoluto control público o estatal se practicaba en la mayor parte de los países europeos que no podían ser calificados de dictatoriales.
Nadie puede desconocer que esa libertad absoluta de los canales- esa posición que se sintetiza en: dar a la gente lo que quiere- en manos de empresarios sin formación y convicciones sólidas de respeto a la familia, la formación de la niñez, da lugar a una televisión criticable y nefasta. Y si a ello se suma el afán empresarial de ganar sintonía y dinero a como dé lugar se completa un cuadro realmente deplorable e indeseable. Esta televisión es la que dio cabida en la televisión peruana a programas tan criticados como los de los cómicos ambulantes y a programas informativas truculentos y carentes de respeto a los principios periodísticos de objetividad, veracidad, imparcialidad, honestidad y responsabilidad.
Por otra parte, la segunda posibilidad controlista, sin duda alguna, es la que más se defiende en los medios académicos y algunos políticos. En el Perú, una calificada exponente es Veeduría Ciudadana. Su vocera, Rosa María Alfaro, declaró en una entrevista con el diario “La República”: Creo que es necesario revisar los contenidos periodísticos de los canales. La televisión debe mejorar su calidad”.
Hay que indicar que en cualquier conversatorio sobre estos temas, cuando hay opiniones contrarias a supervisiones o controles, los defensores de éstos apelan a un argumento que les parece definitivo: “Nosotros no queremos que la televisión peruana siga como está ahora”.
Es que en todas las discusiones al respecto, se olvidan de algo fundamental: el público, el televidente, es el dueño y señor de lo que quiere ver o no en la intimidad de su hogar. Para algunos académicos y políticos el televidente no cuenta en sus planteamientos en cuanto agente activo y decisivo. No tienen en cuenta el “derecho a decidir sobre lo que quiere ver” del público. Para ellos, el televidente es poco menos que un “minusválido” intelectual y espiritual. Un “minusválido” que requiere de tutores privilegiados que le indiquen qué es lo que debe ver. No conciben una situación en la que el televidente no reciba la orientación y supervisión de personas de sólida formación académica y cultural. En otras palabras, quieren un régimen televisivo en el que exista, en la cumbre, un grupo de élite que gobierne el desenvolvimiento televisivo. Es decir, que un puñado de privilegiados le digan a millones de televidentes peruanos qué es lo que deben ver y en qué horarios.
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