Kennedy y Nixon en el debate televisado el 26 de
septiembre de 1960
En estas elecciones en el Perú, por primera vez habrá dos debates
presidenciales. En los Estados Unidos es tradición, desde hace algunos años, que
sean tres, aunque con características diferentes: los candidatos contestan a
paneles. Los contrincantes no se enfrentan directamente.
Personalidades de mucho respeto, han sostenido que el debate televisivo es otro
“reality show”, para desmerecer la importancia de un episodio electoral de
tanta trascendencia y que puede decidir una victoria en las urnas.
Se olvida que el 26 de septiembre de 1960 la política cambió
para siempre. Nada volvería a ser igual después de aquel primer debate entre
Nixon y Kennedy.
El famoso productor Don Hewitt se hizo cargo de ese primer
encuentro presidencial en la historia televisiva. Años después revelaría que el
único que respondió a las exigencias televisivas fue Kennedy.
Hasta ese día, el favorito de las encuestas era el vicepresidente Richard Nixon y no el joven
senador John Kennedy.
Aquel histórico debate, que incluyó turnos de presentación,
preguntas de un panel de periodistas y declaraciones finales, duró una hora, en
la que los candidatos se centraron en política doméstica.
Pero no fue eso quizá lo más importante, o lo que perduraría
con el paso de los años. Era la primera vez que los candidatos a la presidencia
del país más poderoso del mundo se adaptaban al lenguaje y los códigos de la
televisión. Y fue ahí donde probablemente el joven Kennedy le ganó la batalla a
Nixon, que no sólo subestimó a su contrincante, sino a los parámetros que
imponía la llamada “caja tonta”, aquello que ahora llaman la telegenia, y que
antes no se tenía en cuenta.
Nixon, sin maquillaje
Kennedy, más atractivo que el candidato republicano,
dominaba mucho más este terreno. Se puede decir incluso que Nixon lo
despreciaba y no perdió mucho tiempo en prepararse, confiado como estaba en sus
posibilidades. Su traje gris, que en una televisión en blanco y negro le hacía
pasar desapercibido, y su negativa a que le maquillaran es probable que le
jugaran una mala pasada en el subconsciente de los televidentes.
Y a esto hay que
sumar que el vicepresidente Nixon había estado recientemente hospitalizado por
una operación en la rodilla, lo que le hacía sudar al andar y le daba un
aspecto más cansado.
El propio Nixon, después de aquel debate en el que fue
consciente de que había perdido las elecciones, dijo: «Confíen plenamente en el
productor de televisión, dejen que les ponga maquillaje, que les diga como
sentarse, cuáles son sus mejores ángulos o qué hacer con el cabello. A mí me
desanima, detesto hacerlo, pero habiendo sido derrotado una vez por no hacerlo,
nunca volví a cometer el mismo error».
Kennedy, por el contrario, llegó incluso a tomar un poco más
el sol en la mañana del debate, durmió algunas horas en la tarde, para lucir un envidiable aspecto relajado, y
se preocupó por vestir un traje oscuro que destacara en la imagen. Sus
intervenciones también las preparó a conciencia, repasando con su equipo de
confianza las posibles respuestas, que tenía escritas en grandes tarjetones
azules.
Un dato curioso que demuestra el poder de la imagen en la
política ya en aquel lejano 1960 es que, según se comprobó, la gente que siguió
el debate por la radio llegó a la conclusión de que Nixon había estado mucho
mejor que Kennedy.
Todo lo anterior confirma que desde hace mucho tempo las
batallas decisivas se dan en la televisión. Y si se acepta, los candidatos
deben dominar las difíciles exigencias del medio y buscar el asesoramiento de
un profesional competente en el manejo de la imagen y no sólo de asesores
políticos y de campaña.