Voluntarias de todo el mundo ayudan a atender a los más necesitados
Decir que Calcuta se engalana para la canonización de la
Madre Teresa, que tendrá lugar el domingo en Roma, es, además de un tópico
periodístico, una descomunal exageración. En la víspera del décimo noveno
aniversario de su fallecimiento, el Papa Francisco hará santa a la Madre Teresa
y Calcuta festejará un día histórico, pero la ciudad está tan atrapada por su
frenética vorágine cotidiana que sus habitantes apenas tienen tiempo para
celebraciones.
Como nos descubrió hace décadas la propia Madre Teresa, están
demasiado ocupados en salir adelante en uno de los lugares más infernales de la
Tierra. Más que una fiesta, lo que se viva este domingo en Calcuta será el
amargo recordatorio de que todavía queda muchísimo por hacer en la lucha contra
su pobreza, que fue el empeño constante de esta nueva santa universal.
Símbolo inmortal de esta ciudad india, donde se pasó toda su
vida ayudando a los más necesitados, la Madre Teresa es querida por igual por
católicos, hindúes y musulmanes. Su sacrificio en pos de los más pobres va más
allá de cualquier religión y supone un ejemplo a seguir para todo ser humano,
lo que le ha valido no solo su canonización en un tiempo récord sino también el
respeto y la admiración en el mundo entero.
Nacida en 1910 en el seno de una familia albanesa en la
actual Macedonia, la Madre Teresa llegó en 1929 a la India, donde fundó la
orden de las Misioneras de la Caridad en 1950. Hasta su muerte en 1997, se
entregó en cuerpo y alma a los más humildes de Calcuta, la ciudad de la
alegría, pero también de la miseria infinita y donde buena parte de sus 15
millones de habitantes nacen, viven y mueren en la calle.
Cada amanecer, a eso de las cinco de la mañana, de sus
cochambrosas aceras se levantan cientos de miles de personas que han dormido en
camastros o esterillas, al raso o bajo techados improvisados con lonas de
plástico. Mientras los hombres se duchan en las bocas de riego, embadurnando en
jabón su piel tostada por el sol, las mujeres preparan el desayuno en humeantes
hornillos de carbón. Y los niños, ataviados con el tradicional uniforme de pantalón
gris y camisa blanca con corbata negra, se peinan en los espejitos que cuelgan
de los árboles, donde su vidrio rajado les devuelve el reflejo de su
existencia, también rota.
En medio de una desafinada sinfonía de bocinas, el atasco
nuestro de cada día colapsa las avenidas, donde se vienen abajo por falta de
conservación los monumentales pero ya decrépitos edificios de la época colonial
británica. Entre los autobuses desvencijados y los camiones profusamente
decorados con guirnaldas al estilo indio, se abren paso por pocos centímetros
atestados motocarros, triciclos cargados hasta los topes y hasta los «coolies»
que, descalzos, llevan a pie sobre un palanquín con ruedas a sus pasajeros.
En
Calcuta no hay carriles reversibles; el tráfico es reversible. Por la mañana,
la mayoría de los coches ocupan casi toda la calzada en una dirección y, cuando
regresan al atardecer, la contraria. Entre medias, una marabunta humana
sorteando a los vehículos y acarreando sobre la cabeza fardos como turbantes
gigantes.
Sin contar a los dueños de los Mercedes, Audis y Jaguar que
ha traído el extraordinario pero desigual crecimiento indio, estos que salen
cada día a buscarse la vida son los afortunados. Luego están los mendigos, los
inválidos, los tullidos, los deficientes mentales, los niños abandonados por
sus padres, los parias, las prostitutas y los viejos que no tienen dónde caerse
muertos.
«No cambiará nuestro
modo de vida»
A todos ellos acogió la Madre Teresa con su amor infinito.
«La caridad es la espiritualidad que movió a la Madre Teresa y la que la ha
llevado a la santidad», explica a ABC por Skype desde Roma el padre Brian
Kolodiejchuk, el postulador que ha logrado el «milagro» de esta canonización en
solo dos décadas. «Aunque estamos agradecidos, no cambiará nuestro modo de
vida», cuenta con humildad el sacerdote, quien se congratula de que «el nombre
de la Madre Teresa será escuchado por las nuevas generaciones».
Siguiendo el ejemplo de la Madre Teresa, por Calcuta pasan
cada año miles de voluntarios venidos de todo el mundo que ayudan en las casas
donde las Misioneras de la Caridad atienden a los más necesitados.
Siguiendo el ejemplo de la Madre Teresa, todos ellos saben
que, mucho antes de su canonización, la Madre Teresa ya era una santa en vida.
Ahora, Calcuta aún espera de ella un último milagro: el fin de la pobreza.
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