Hace unos
meses un grupo de investigadores anunció con bombos y platillo un
descubrimiento inaudito. Nada más y nada menos que el Arca de Noé.
Se
encontraría, según ellos, bajo el hielo del Monte Ararat, en Turquía, y
consistiría en una nave de cerca de unos 7,5 metros de ancho y 37,5 metros de
longitud.
Este
anuncio, cierto o no, volvió a poner de relieve una incógnita que lleva vigente
miles de años: ¿Existió realmente el Diluvio Universal?
Por extraño
que parezca, en esta ocasión religión y ciencia llegan a alcanzar un mínimo
punto de encuentro.
«Porque
pasados siete días, yo haré llover sobre
la tierra cuarenta días y cuarenta noches; y raeré de sobre la faz de la tierra
a todo ser viviente que hice», anunció Dios, molesto con los hombres por su
maldad, a Noé, según asegura el Génesis en su capítulo 7.
«Fue el
diluvio cuarenta días sobre la Tierra; y las aguas crecieron, y alzaron el
arca, y se elevo sobre la Tierra. Y subieron las aguas y crecieron en gran
manera sobre la tierra (...) y todos los montes altos que había debajo de todos
los cielos, fueron cubiertos. Quince codos más alto subieron las aguas, después
que fueron cubiertos los montes», continúa el primer libro de la Biblia.
Pero el mito
del Diluvio Universal, originario de la civilización Sumeria, ha sido común a
casi todas las creencias de la historia. Egipcios, judíos, musulmanes, hindúes,
mayas...
La comunidad
científica jamás ha dado por verídica la hazaña de Noé ni tampoco que se
produjera una lluvia de semejantes proporciones, aunque una amplia parte de
ella sí que considera probable una gran inundación en la Antigüedad que diera
lugar a la leyenda.
Según la
NASA, esta pudo tener su origen en un meteorito. Este habría hecho explosión
sobre la capa de hielo que cubría Norteamérica, derritiéndolo y causando una
serie de tsunamis que hubieran afectado a determinadas partes del globo.
En el Mar
Negro
La teoría
más compartida ha sido formulada por los geólogos marinos William Ryan y Walter
Pitman. Sostienen en su libro «El diluvio de Noé» que el fenómeno se habría
producido hace 7.500 años en lo que hoy conocemos como Mar Negro, en aquel
tiempo un lago de agua dulce de mucho menor tamaño y habitado en sus orillas.
De algún
modo, el Mediterráneo se habría abierto paso a través del Estrecho del Bósforo,
haciendo crecer el caudal del Mar Negro a un ritmo de entre 15 y 30 centímetros
por día.
Basan su
teoría en el hallazgo tanto de fósiles de moluscos de agua dulce como salada
contemporáneos en un mismo espacio, algo imposible de explicar.
«La temible
inundación se convirtió en una historia fundamental para advertir y aterrorizar
a las generaciones jóvenes, en un acontecimiento tan profundamente traumático
que su recuerdo duró por más de mil años, transmitido por la tradición oral,
antes de que fuera inscrito en cerámica», afirman Ryan y Pitman.
Otras
hipótesis señalan como causa probable una intensa actividad sísmica en la zona
del Mediterráneo, que hubiese originado igualmente una serie de tsunamis que
golpearon la costa con violencia.
En cualquier
caso, la ciencia, a diferencia de la religión, circunscribe el diluvio a
determinadas zonas concretas. Nunca le da el carácter de «universal».
La
posibilidad de que ocurra un fenómeno semejante al que defiende la ciencia no
es tan lejana como parece, con la salvedad de que esta vez sí sería general y
afectaría a miles de millones de personas.
La causa no
es otra que el calentamiento global y la fusión de los casquetes polares. La
crecida de los océanos podría sumergir en las profundidades marinas a cientos
de ciudades en todo el mundo, transformando la civilización tal y como la
conocemos.
«Y murió
toda carne que se mueve sobre la Tierra, así de aves como de ganado y de
bestias, y de todo reptil que se arrastra sobre la tierra, y todo hombre. Todo
lo que tenía aliento de espíritu de vida en sus narices, todo lo que había en la
Tierra, murió», concluye el Génesis.
(Publicado
por Periodista Digital)

No hay comentarios:
Publicar un comentario