El asesinato de Luis Choy,
fotógrafo de El Comercio, ha estremecido al país y provocado una demanda
general para que el Gobierno adopte medidas más efectivas para enfrentar a la
delincuencia.
En el 2007, Luis Choy captó una imagen tras el terremoto de
Pisco que tuvo difusión internacional. Meses después, buscó y encontró a sus
personajes
Milagros Leiva, la destacada periodista y ahora exitosa
entrevistadora televisiva, escribió el 2008 esta crónica de esa búsqueda:
La muchacha que tiene la mano sangrante y el rostro inerte
se llama Olivia Saavedra, tiene 22 años y estudia Literatura en Ica. Le
entusiasma leer a José María Arguedas y quiere hablar inglés. Sabe cocinar. El
muchacho que tiene en sus brazos a Olivia y que la mira con intensa piedad se
llama Dante Anchante, tiene 25 años y no estudió en la universidad. Es
mototaxista y por cada carrera cobra un sol. Antes fue obrero. Los dos viven en
la Villa Túpac Amaru, a diez minutos del centro de Pisco, en el distrito de San
Clemente. Tienen una hija. Se llama Allison y en marzo cumple 3 años. Dicen que
pronto se casarán, que solo están juntando dinero.
El 16 de agosto del 2007, los periodistas Ricardo León y
Luis Choy llegan al centro de Pisco, al hospital San Juan de Dios. Caminan
entre los escombros y los lamentos: ven cuerpos regados, muertos, heridos. Ven
familiares impotentes. Han pasado doce horas del terremoto y Luis Choy está
turbado con el dolor. Casi mareado. Dispara porque sabe que sus imágenes serán
el mejor apoyo para los sobrevivientes. Sujeta su cámara. Respira. Camina por
los pasadizos, entre los vivos y los muertos. En uno de los salones divisa una
pareja tendida sobre un colchón, bendecida por la luz del amanecer, por la luz
de la vida. Dispara. Cada foto es una lágrima.
La muchacha que hoy tiene una cicatriz en la mano y el
rostro surcado por la melancolía recuerda cada detalle del 15 de agosto. Se
despide de su esposo en el paradero de Cinco Esquinas. Le dice que se ven
después del inglés. Olivia camina hacia su Instituto Peruano Canadiense, en la
calle San Juan de Dios, a media cuadra de la plaza de armas, frente al
hospital. Llega a las seis y media, la hora fijada para el inicio de clases.
Diez minutos antes del sismo. La furia la alcanza en su salón. Corre al
pasadizo mientras el piso se sacude, pero una pared no la deja continuar.
Olivia recuerda la cortina de polvo, los gritos, el dolor en la pierna. Solo
quiere respirar.
¿Quiénes eran?
Luis Choy busca la mirada de su compañero, de su amigo
Ricardo León que ahora es el encargado de escribir la historia. Lo mira en
silencio, como pidiendo apoyo, y vuelve a disparar. Ninguno de los dos apunta
el nombre de la mujer. El fotógrafo solo la recuerda casi desvanecida, junto a
un hombre que la protege. Lo narra en la camioneta que nos lleva a Pisco en
otra misión periodística. Ya no vamos al encuentro de la muerte, ahora queremos
conocer a los sobrevivientes. ¿Quiénes son? ¿Esposos? ¿Madre e hijo? ¿Vecinos?
¿Hermanos? ¿Amigos? ¿Quién eres muchacha débil? ¿Cómo te llamas, tú que miras
con tanto amor? ¿Dónde están?
El muchacho que hasta hoy podría seguir teniendo en sus
brazos a Olivia recuerda sus caminos del 15 de agosto. Se despide de su esposa
en el paradero y se va con su pequeña Allison al taller de autos para ver si
está lista la combi de su suegro policía. Cuando comienza el terremoto, Dante
corre cargando a su hija hasta la villa, quiere dejarla sana y salva con su
suegra. Luego busca a Olivia. Todavía recuerda las tres horas que deambula
rastreando a su mujer. Se ve corriendo por la carretera, con el estómago hecho
puño. Llega a la plaza y ve el espanto, escucha los gritos de la muerte y corre
con el corazón hacia el instituto. Es una cuadra, pero el camino se torna
infinito. Todo está destruido. Olivia no está. Cruza al hospital, corre al
Seguro Social. Olivia no está. Vuelve al hospital, voltea los cuerpos de las
mujeres muertas. Llora y reza que ninguna sea su mujer. Dante corre de un lado
a otro. Olivia no está. Llora y silba. Silba mucho porque así le pasaba la voz
cuando la conoció.
No existe huella alguna para encontrarlos, salvo el hospital
que los alojó. No hay nombres ni edad, salvo la herida de la mujer. Actuamos
como detectives, ponemos nombre a la comisión: Misión La Piedad. Objetivo:
encontrar a la pareja. Es una aguja en un pajar, dice Ricardo Reátegui,
videorreportero de la web. Será difícil, pero sí la hacemos, agrega Joaquín
Ortiz, redactor también de la web. Hay que tener fe, sentencia Gonzalo Gutarra,
incansable chofer del diario. Luis Choy confía: Quiere conocer a la pareja que
tanto lo socavó. Yo le rezo a mis hadas: Quiero saber si ese amor que registra
la foto los salvó.
El rescate de la
muchacha
La muchacha de la mano triste recuerda cómo la rescatan tres
amigos de una compañera que también queda atrapada. Le sacan los escombros de
encima y la dejan sola, en la oscuridad. Olivia no puede caminar. Su pierna
está dormida. La tierra vuelve a temblar y ella teme que le caiga otra pared.
Hunde su pie en el dolor y camina. Sola. No quiere morir. Piensa en Allison y
presiente que su hija está bien. Piensa en Dante, en su mamá, en su papá, en
sus tres hermanos. Y llora. Se siente sola. Escucha gritos, la muerte camina y
Olivia se asusta. Se siente sola. En el hospital una enfermera le dice que no
pueden atenderla, que hay personas más graves y asiente en silencio. Su mano
sigue abierta y sangra, pero no dice nada porque ve moribundos. Llora su dolor
en silencio. No reclama. Demasiada tragedia para pensar en su mano. Olivia no
lo sabe, pero su piedad la llevará a la salvación. El suegro de su hermana
Zenaida la encuentra en el patio, debilitada. La lleva a la casa de su madre.
De allí en adelante la historia de su recuperación solo tendrá que ver con el
afecto. Con el amor de su madre que ingresa a su casa para sacar un colchón y
una frazada sin importar que le digan que puede derrumbarse.
Con el amor de su padre policía que pide permiso para dejar
su puesto porque hay que cerrar la herida. Con el amor de Dante que llega a la
casa mojado en lágrimas para enterarse de que Olivia ya apareció y que hay que
correr para no separarse más. Olivia no lo sabe, pero luego escuchará las
palabras de Dante mientras le cosen la mano en la penumbra de la posta de San
Clemente. En la madrugada la llevarán a Ica porque el dolor en su cuerpo no
cesa, pero tampoco la atenderán. Y a las seis de la mañana del viernes 16 su
padre volverá a cargar su cuerpo para regresar a Pisco y Olivia cogerá otra vez
el brazo de su hombre para poder respirar. Olivia no lo sabe, pero en unas
horas solo escuchará la voz de Dante que le dice: Tú eres fuerte, Olivia. Tú
eres fuerte. Y a las siete de la mañana, doce horas después del horror, Dante
verá que un fotógrafo les toma fotos y ni fuerzas tendrá para pedirle ayuda. Y
a esa hora Olivia tendrá siete de hemoglobina y mucha sangre perdida, pero en
un rato más la llevarán a Lima, en un avión, para diagnosticarle fisura en la
costilla y policontusiones, para sacarle piel de una pierna y coserla en su
mano izquierda. Olivia no se entera, pero la gente le tendrá piedad.
A los dos días de buscarla, el equipo celebra sus apuestas.
La fe, el instinto y la obsesión mueven a los periodistas. Ahora solo queda que
Olivia y Dante cuenten su historia.