Chavela Vargas interpreta "Luz De Luna" en el Carnegie Hall de
Nueva York en 2004
El mundo de la música iberoamericana se
puso de luto por la muerte de María
Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano, identificada en dos continentes
como Chavela Vargas.
El País de España comentó: ·
Dirán que este 5 de agosto ha muerto en Cuernavaca, Morelos, Isabel
Vargas Lizano, nacida en 1919, natural de Costa Rica, referente de la canción
mexicana, amiga de grandes artistas del siglo XX, cantante de oficio y dueña de
un sentimiento que conquistó ambos lados del Atlántico. Pero la verdad es que
Isabel Vargas Lizano, mejor conocida como Chavela Vargas, la voz que trascendió
rancheras, boleros, corridos revolucionarios, tangos y canciones cubanas para
forjar un estilo dulce y desgarrado, hondo y bravío, macho y femenino… la
verdad es que no ha muerto, solo ha comenzado esta noche de agosto su balada
inmortal.
Y en el mismo diario Joaquín Sabina, el
gran cantautor español, escribió estas sentidas líneas de homenaje que tituló “Quién
pudiera reír como llora ella”.
Andaba dibujando en un cuadernito, una costumbre que recién adquirí,
cuando vi por la televisión, encendida sin sonido, la imagen de Chavela. Di voz
al aparato. Se nos fue, escuché. Y me cogió un llanto irreparable. Lo que nunca
me había sucedido. Siempre me culpé por no ser capaz de llorar con la muerte de
mis padres, pero esta vez me venció el desconsuelo. Yo nunca me tomé copas con
mis ídolos: Bob Dylan, Leonard Cohen o Brassens. Y sí, con Chavela, con la que
he cantado, nos hemos abrazado y reído hasta hartarnos. Todas esas veces
cuentan y contarán siempre entre las más grandes cosas que me han sucedido en
la vida.
Será difícil, por ejemplo,
olvidar cómo la conocí. Fue una noche de hace unos veinte años, en Madrid, en
la sala Morasol. Dijo: “Yo vivo en el bulevar de los sueños rotos”. Y yo tuve
que escribirle una canción con esa frase. Ya se había recuperado de su
alcoholismo. Calculaba que había bebido algo así como 1,8 millones de botellas
de tequila y solía decirme cuando me veía beberlo a mí: “Joaquín, ese tequila
tuyo es muy malo; el bueno de verdad ya nos lo bebimos José Alfredo Jiménez y
yo”. Al conocer la triste noticia, que todos veníamos anticipando, he sentido
la necesidad de bajar al bar a tomar uno a su salud, aunque el brebaje sin ella
siempre será de los malos.
Aquella primera vez, pedí a
Pedro Almodóvar que nos presentara. Al acercarme, escuché cómo él le contaba
quién era yo, pues Chavela no tenía la menor idea. “La admiro desde niño”, le
dije. “Yo también le admiro mucho a usted”, contestó. Ante la mentira, exclamé.
“Vete a la mierda”. Nos fundimos en un largo abrazo del que nunca nos libramos
hasta ayer mismo, incluso aunque no pudiéramos vernos en su última visita a
España, un viaje que quizá no debió hacer, pues no estaba en condiciones.
Entonces, yo estaba de gira y a ella la ingresaron en un hospital.
Con su desaparición, se pierde una manera de cantar llorando, un
quejío inigualable, una expresividad fuera de lo común. Unos cojones y unos
ovarios nunca vistos en la música popular desde la muerte del bandoneonista
Ricardo Goyeneche. Ella no vendía una voz, vendía un estilo. Era una maestra en
perder la primera al tiempo que ganaba lo segundo. Algo en lo que yo, sin duda,
tengo mucho que aprender. En estos momentos de pérdida me digo: ¡Quién pudiera
reír como llora Chavela! Y recuerdo algo estas palabras de Almodóvar: “Desde
Jesucristo, nadie ha abierto los brazos como ella”.
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